Se giró, aunque en una reacción retardada, con ese semblante ido tan habitual en ella, pero con los ojos más abiertos que de costumbre.

Realmente era él.

¿Le sorprendía? Quizá lo que más le sorprendía era que reconoció su voz de inmediato, o que esa voz se antepuso a todo lo que la había encasillado en su ausencia del mundo que irónicamente la apelmazaba. Quizá, sino, lo que más le sorprendía era que sus labios se veían igual bajo las luces danzantes de la estación que como se habían visto moviéndose en su cabeza tan sólo un momento antes.

—Audric.

Murmuró, tan bajo que nadie, nadie podría haberla escuchado, y sus labios a penas se movieron, pero aquel nombre resonó en su pecho, con una voz que no sabía siquiera que tenía.