La reacción de Mika no fue tan rápida como otras veces, sin embargo quedó algo igualada a la de la criatura que erizó cada uno de sus pelos y ella, como niña atrapando un gusano alcanzó a tomar la cola peluda de quien se iba a echar a correr, por poco ella misma también se resbalaba en el proceso.
— ¡Lo atrapé! —
Un mapache, uno no muy grande y chillón. Retorciéndose en el aire mientras repartía zarpazos capaz solamente de embestir al aire, no era su intención lastimarlo por lo que pronto intentó dejar las manos bajo sus pequeños bracitos. Algo que no le gustó a la criatura, la dentadura acabó hundiéndose en la mano izquierda de Mikhaela.
— ... Bueno, jamás había comido mapache antes.
Amenazó en un quejido, aquel mordisco le había tomado por sorpresa.
— Es más sencillo que aprender el nombre de Akamatsu. — Mostró una boba sonrisa al buscar apoyar el mentón en su brazo al caminar casi a ciegas, pues su mirada estaba puesta en él.
— ¡Tú ni siquiera podías llamarme Mika!, siempre terminabas cambiándome el nombre a Kima.
Si la sensación de la sangre de una criatura desagradable en su cuerpo no era lo suficientemente asquerosa, la perforación de los dientes opuestos y su abuso usual le revolvía cada uno de sus intestinos. Aquello no pararía hasta que se sintiera satisfecho, porque la sangre no era lo único que buscaba, si no también en lo miserable que Mikhaela a sus ojos se veía.
Alzó las manos que rápidamente se aferraron a los mechones sueltos a los laterales de su rostro, tiró de ellos con evidente molestia y las mismas ganas de perturbarle para provocar una separación.
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